Conchas Azules



Zacarías Páez nació en Nogales, Sonora, México en 1948.  Tras terminar la carrera de Arquitectura en la Universidad de Guadalajara, en 1975, se dedica mayormente a la pintura.   Artista absoluto, la maravilla de crear, la tenacidad del descubrimiento, la necesidad de contar historias; son particularidades que pueden aplicarse a la obra de Zacarías, uno de los principales artistas plásticos del Noroeste de México.
      Él se dedica a crear, a hacer arte, a ser artista con toda la intención de la palabra. Su día se rodea de color, de texturas y materiales que atentos esperan su momento de ser plasmados en alguna de las obras de este artista plástico, por la gran variedad de opciones que utiliza para crear, lienzo, papel, bronce, madera, fibra de vidrio, pintura, tinta, pareciera que no hay material que se resista su imaginación.
Su trabajo en Europa, Estados Unidos, Sudamérica y México, recorre los museos en distintas colecciones. Su técnica es impecable, sus ideas claras con que no sólo las transmite, sino que se albergan en la mente y el corazón de todo aquel que entra en contacto con su obra. El único recurso es perderse en los cañones que se crean entre trazos y pinceladas. El efecto es maravilloso. La visión y la mente son atrapadas por los amplios campos de color y formas, hasta que el espectador cede ante su universo.
Cada pieza creada va cargada de un alto grado de audacia que desafía la temporalidad que muchas veces castiga a otros artistas, y remite al espectador a recorrer un maravilloso mundo del artista.
      En el 2009, la Universidad Kino adquiere los seis cuadros de la colección Conchas Azules inspiradas en la vida y obra del misionero Trentino, realizados bajo una técnica mixta sobre tela, y cuyas dimensiones son 155 cms. por 189 cms. Además de una mesa-cajón con la misma técnica de craquelado, que el autor conserva en su hogar.


Texto del  S.J.,  Félix Palencia para la
Colección Conchas Azules

En diciembre de 1684, el padre Kino, en expedición desde San Bruno, tramontó con el almirante Isidro de Atondo y Antillón la Sierra la Giganta, abrupta sierra dorsal de la Baja California, para llegar al Mar del Sur, nuestro Pacífico. Por el estero que bebe de losarrollos de San Gregorio y la Purísima, en las mismas latitudes que Loreto, encontraron grandes conchas de variado colorido. Kino fijó atención y memoria en lasazules, que nunca había visto en otro sitio.
Quince años después, desbriendo tierras y hermanos por el desemboque del gila al Colorado, fue obsequiado de conchas azules por los yumas. Y, sólo de camino ya a Dolores –así lo narra él– “se me ofreció quedichas conchas azulesserían de la contracosta de la California y del Mar del Sur, y que por donde ellashabián venido de allá para acá, nosotros  podríamos pasar para allá y a la California. Y desde entonces dejé la fábrica del barco, que en Caborca construía con ilusión.
Al otro año, 1700, en abril y en Saan Xavier del Bac, llegados del ocaso algunos sobaipuris, envió propios hacia el oriente, el norte, el poniente y el noroeste, a llamar a jefes pimas, ópatas y cocomaricopas, que le informasen si lasconchasazules podrían venir de otras partes que no de la contracosta californiana.
El 1° de mayo se apresentaron los occidentales y charlaroncon él gran parte de la noche sobre la eterna salvación de sus naciones, “juntamente con continuos exámenes acerca de las conchas azules  que traían del noroeste y de los yumas y cutganes”. Con lo oído, confirmó Kino sus sospechas.
Todo lo miraba con el corazón, y lo sentía y lo saboreaba internamente. El fuego que en él ardía lo iluminaba, y sabía bien a dónde iba.  La primera  impresión  y la curiosidad ante unas conchas azules, tardó en florecer unos quince años, y dar fruto varios más. Pero, para ello, hubo de quemar su nave, apenas aún en plena construcción…


Por todos lados, y aún por medios electrónicos, todos los días vemos muchas cosas. Entre ellas, Zacarías Páez pone ante nuestros ojos nuevas conchas azules, que no en cualquier lado hemos mirado. Las que vio Kino, siguen dando fruto.
¿Qué fruto tendrá nuestro mirar, sentir y saborear estas nuevas conchas azules que, por cierto, tienen que ver mucho con ellas?

Hombre de carne y hueso

Lo más grande del padre Kino es que fue hombre de carne y hueso, sí, pero también de manos, de corazón y de cerebro.
En otro siglo y otros climas, en 1645, probablemente en el verano, nació en un caserío mínimo de un vallecillo perdido entre los Alpes, frontero entre dos culturas europeas.
Nació bebé, como cada uno de nosotros. Su crecer hasta los enormes tamaños que alcanzó, fue obra laboriosa y ardua. La naturaleza le dio nacer homínido, su sociedad y su cultura le ofrecieron lienzo, líneas y colores; pero quienes lo ayudaron a hacerse humano fueron aquellos que le dieron su estima, su confianza y su cariño: su familia, los jesuitas, los indígenas…
Kino se hizo a sí mismo, atendiendo a su sentir, su pensar y su anhelar, y haciéndose libre, más allá de su bienestar y sus anteojos.
Su brújula y su sueño fue dar a todos lo mismo que él vivía. Se esmeró en ser honesto, leal y cordial con sus amigos y enemigos que, mientras lo acariciaba el Sol o le parpadeaban las estrellas, ocupaban su corazón y estaban en su mente… Bien merece Eusebio Francisco Kino ser proclamado Padre y maestro de Sonora. También Sonora lo merece. 

Hombre de viajes y destino

Segno, Trento, Innsbruck, Ingolstad; Génova, Cádiz, Sevilla, Veracruz, México, Guadalajara, Chacala, La Paz, San Bruno, Acapulco: muchas leguas y  semanas llevaba ya de tierra y mar Eusebio Kino cuando se adentró en tierras sonorenses.
Más allá de Cucurpe, la misión extrema al noroeste, se le asignó fraguar la de Dolores, a la que una y otra vez regresaba a rehacerse de sus viajes.
Viajar era su destino; pero viajaba con destino. Sabía a dónde iba a qué iba; a donde hubiera alguien a quien pudiera dar la mano. Regalaba ante todo su amistad; invitaba luego a una vida más humana, y ofrecía al fin su fe y su Dios.
Viajó mucho Eusebio Kino, nunca fue “turista”; realizó grandes empresas, pero nunca fue “empresario”; dispuso de autoridad moral y mando, pero nunca fue “político”; manejó grandes riquezas, pero jamás creyó que algo de ellas fuera suya: todo eso, como también la sed, la enfermedad o la calumnia. Fue para el favor del cielo, recibido de Dios en beneficio de los pimas, sus hermanos.
Aún hoy, es sonorense el viajar mucho. El nuestro sea como el de Kino quien el 15 de marzo de 1711, desde Magdalena partió con gran paz en su viaje último.

Hombre de Sol y Fuego, Misión de Cocóspera.

Para Kino, hombre de sol y fuego, no fueron adversos por amados, los desiertos de Sonora. Portador él de un nuevo sol, los navegaba alegre, por llevar una luz  nueva a hermanos a hermanos que aún no conocía, y por encender en sus corazones el fuego nuevo que ardía, y por encender en sus corazones el fuego nuevo que ardía en el suyo propio.
Inalcanzables horizontes, calcinante arena, resequedad y sed, como tampoco lluvias tormentosas o extremos fríos, nada de eso detenía su cabalgar: su corazón se había incendiado en los Ejercicios de Ignacio de Loyola, y había recibido el favor celestial de saberse amado por Jesús, hombre de hijo de Dios. 
Por eso, amaba a Dios y amaba al hombre, y servía a Dios sirviendo al hombre, y surcaba mares de arena por hacer efectivo este servicio.
La huella de su caminar son hoy los caminos de Sonora y Arizona, y su sol y su fuego nos iluminan y queman todavía.

Hombre de mar y cielo, Misión de San Ignacio.

Kino, hombre de mar y cielo, atravesó cordilleras y océanos por construir el cielo en nuestras tierras. Numerosos templos, muchos de ellos hoy en ruinas, atestiguan su intento.
Fue el templo el corazón de la Misión. Pero el cielo no era él. Era el cielo la convivencia pacífica y feliz  de los habitantes de la Alta Pimería.
La Misión los protegía de la avaricia de mineros y hacendarios, y en ella aprendían a sembrar y cosechar, a construir y a dialogar, a cantar y a convivir. Y, ante todo, a respetarse y a estimarse todos como iguales, como sentían y comprendían que Kino los estimulaba y respetaba.
Sonora conserva hoy su misión la de seguir haciendo cielo en igualdad y libertad, en trabajo y dignidad, en paz, en diálogo, en amor y solidaridad. La de que anide la felicidad en cada corazón y en cada hogar.

Hombre de ciencia y sabiduría.

Estudioso desde niño, Europa nos entregó a un Kino astrónomo, matemático y cartógrafo, que aprovechó la larga espera en España para hacer amigos y aprender el castellano. La vida le fue pidiendo y dando después otros saberes: agronomía y zootecnia, albañilería y pedagogía, administración y aún diplomacia.
Su primer saber lo recibió en su hogar, en la enfermedad, en la reflexión y en la oración. Y llegó a ser verdaderamente sabio, con la sabiduría recibida de Jesús: Compañero de él, Kino supo de energía y delicadeza, de audacia y de paciencia, de defensa y de perdón, de tenacidad y adaptación, de eficiencia y de ternura.
Y compartió sus sueños  y sus luchas con otros compañeros cuando la regia autoridad arrestó y desterró a los jesuitas de Sonora abandonaron casi una cuarentena de misiones y comarcas y pueblos hoy, donde la bonhomía de quienes los habitan son la mejor recompensa a esos jesuitas.

Hombre de esperanza y de futuro.

Entrevió Kino, hombre de esperanza y de futuro, el Sonora que hemos heredado y que estamos llamados a construir. En su parroquia de Dolores, al igual que a medio Pinacate, fue consciente de los recursos de estas tierras, el más valioso de ellos, su gente.
Se empeñó en hallar el paso por tierra a California quería facilitar el envío de ganado y provisiones a la vez que tutelar el riesgoso comercio con el Lejano Oriente. Y tuvo en mente la importancia de Sonora y Arizona como entrecruce de dos mundos y culturas que apenas se forjaban.
Cuando fue preciso, acudió en persona y por escrito a virreyes, audiencias y arzobispos, para defender los derechos del indígena y del débil; y puso sus conocimientos astronómicos y geográficos al servicio de las generaciones por venir, trazando para ellas los primeros mapas de Sonora.
A tres siglos de distancia, edificios, calles y plazas de Sonora no son quizá como él imaginara. Sin embargo, su nombre se lee en muchas de ellas, y su estatua no está ausente. Pero menos ausente está su recuerdo vivo., que invita a seguir construyendo la esperanza de un mejor futuro para todos.